Quien ancla su barco en el puerto del verdadero amor nunca más suelta amarras porque reconoce que volvíó a casa, que la búsqueda ha terminado. Ese puerto no debe ser confunido con miedo a estar solo, pues miedo de cualquier clase y amor son como el aceite y el agua. El amor nada teme pues ha visto con sus propios ojos que nada hay que temer.
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