descubrieron a uno, a otro, varios cuerpos, llegado a ese extremo y lleno de una amargura indescriptible, me tentó la posibilidad de renunciar a esta horrible empresa, hasta que al fin en el próximo cuerpo cuando lo vi, lo reconocí. Era él, o mejor dicho lo que quedaba de él. Aquella había sido una experiencia única, no estábamos preparados, la gente de la funeraria tampoco y cubriendo su cuerpo con periódicos viejos, lo transportamos a la funeraria para de este modo hacer lo que se debía haber hecho. Darle una cristiana sepultura al lado de la tumba de mis padres y de mi inolvidable hermana Giovanna.
Cómo llegamos a esto, qué le ocurrió a mi familia, por qué al final de los días, ellos, habían terminado en un lugar tan lejano al que nos vio nacer. Esto en conjunto forma parte de la historia de mi vida familiar.
Creo que para dejarme entender, debo regresar en el tiempo. Primero a mi amada e inolvidable Italia, luego al pueblo querido Comiso, el que se encuentra ubicado en la provincia de Rabusa en la cálida y hermosa Sicilia. Es allí exactamente donde daremos comienzo a mi relato que no es más que una parte de la historia de mi familia.
Mis abuelos Salvatore Greco y mi abuela Puglisi en la mitad del siglo XIX, negociaban con pieles. Este oficio les hacía ver como una de las distintas clases sociales en que estaba por aquellos años dividida nuestra población en los que se encontraban: campesinos, obreros, comerciantes, políticos, profesionales y de manera predilecta el credo y su gente. Mis abuelos eran profesionales poseedores de un conocimiento amplio en cuanto a lo que ellos ejercían, los mismos habían a su vez sido transmitidos de sus padres y se ocuparon con todas la de la ley en que ése oficio no se perdiera, llevaron a mi padre siempre de la mano hasta que a la larga los emuló.
La Italia de esa época era un tanto clásica, natural; el modernismo no había hecho estragos ni en las edificaciones ni en los habitantes. La gente del pueblo era toda conocida y cada vez que uno se encontraba con alguien mayor, en caso de generar dudas, la pregunta clásica era: y tu padre o tu abuelo qué hacen o hacían, eso era suficiente como para poder conocer el origen del joven. Uno trataba de emparentarse con gente del mismo medio, de la misma ideología ni que pensar de la religión y en un último caso y no menos importante de una misma clase social.
Cuando se trata de reconstruir una parte de la historia, no se puede hacer justicia sin ver en detalles el mismo entorno, las cosas que eran de algún modo normales, lo que llamamos la costumbre y visto que el mundo en este siglo que acabamos de pasar ha experimentado tantos cambios, vale la pena miremos algunos flashes del cómo se vivía en ese entonces.
Estaba recién finalizada la I Guerra Mundial, el mundo había perdido en mucha de la gente no sólo algunos miembros de las familias, como también, sus bienes, tranquilidad, el temperamento, su paz. La psiquis había sido golpeada, aquél sentimiento de escases forzaba nuevos valores; la mirada era muy corta, ya uno pensaba como antes, en que se creía en la inmortalidad, en que la historia era algo que se podía leer y encontrar sólo en los libros, ahora la realidad había demostrado con su crudeza que superaba a lo conocido, que los combates cuerpo a cuerpo ya eran cosas del pasado y que la maquinaria bélica que estábamos viendo era apenas el abre boca de lo que vendría. Las bombas atómicas habían demostrado que el hombre quizás no era responsable de su propia creación, pero de algún modo dejaba ver que si lo podía ser de su total destrucción. El miedo a la muerte ya no era algo exclusivo de la divina figura, o de la malvada orden diabólica, contábamos con un tercer elemento que no se había tomado en cuenta y que era capaz de ejercer dolor a unos niveles no imaginados.
Con todo y el avance técnico en guerras y en armamentos, había escases en otros rubros, por la falta de aparatos electrónicos, ya que aún no se habían inventado, el mercado se solía hacer a diario; al no poseer medios de refrigeración forzaba a la gente a tener alimentos frescos, o de mantener un espacio en el sótano en el que se guardaban los productos cerrados al vacio.
Mucha de la gente en el pueblo y sus alrededores, se ocupaba de producir, para hacer de manera casera, la pasta, como las salsas de tomate, la que se guardaba por meses en botellas, otros tenían comida que dejaban salar y secar, se veían las riostras de ajos, pimentones, vegetales, legumbres y otras verduras, era una manera familiar, de mostrar con orgullo lo que en su hogar había de sobra. Las carreteras estaban llenas de manadas guiadas de animales, que en las mañanas iban a algún sitio a pastar, el medio de transporte era en mulas, burros y caballos, los jóvenes poseían para su diversión mucho más tiempo del que hoy en día tienen. Las metas de la gente, eran sencillas, los sitios a visitar, solían ser o estar todos a no más de unos diez kilómetros a la redonda. Las playas de ese mar Mediterráneo eran en sí la mayor distracción, y los niños tal como los de hoy jugaban con pelotas que en aquél entonces eran de trapo.
Mis queridos y recordados abuelos tenían una pronunciación propia del lugar, una especie de dialecto, el que empleaban para que nosotros los niños no supiéramos de qué estaban hablando. Y su figura era respetada por todos los que de un modo u otro eran más jóvenes que ellos, se estilaba saludar, quitándose el sombrero, artículo que fuera de las horas de trabajo, y durante las tardes y noches, por lo tan expuesto, era casi un símbolo de buen vestir.
La vida era tranquila, en el patio de la mayoría de las casas se cosechaban hortalizas, pimientos, pimentones y otras tantas cosas; por aquellos días, no había robos, no se conocía o al menos no se hacían públicos los homicidios, cualquier visitante, era recibido con afecto y se le ofrecía una copa de vino casero, una galleta y hasta un pedazo de la torta o bizcochuelo familiar.
Fue un tiempo en que despertó el sueño americano, los viejos hacían hasta lo imposible por motivar a sus hijos a que fueran a la América, sin dar mayor importancia a cuál de ellas se lograsen ir. Los que vivían en pueblos se sentían como sumidos en una paz sin mucha evolución. Era un sentir sin grandes aspiraciones. Y sólo con la llegada, con el retorno de alguno que otro de la América es que se podía ver la gran diferencia, pues estos presumiendo de sus logros, dejaban correr su dinero como si fuesen chorros ilimitados, y con la ayuda de sus propios familiares, este trabajo en el eco que generaban se incrementaba y duplicaba en las mentes de la gente, soñar con oro, ahora a los tranquilos pobladores de mi pequeño pueblo y de otras latitudes, les era fácil.
Mis padres Giovanny Greco y Nunciata, dieron continuidad al negocio de familia, se presentaron años sumamente duros, no hay que olvidar que si la primera guerra fue traumática la segunda dejó a toda Europa en la más cruel ruina, millones de seres que pagaron con el tributo de sus vidas, la enajenación de políticos y líderes que no merecen el honor de ser nombrados. La falta de vialidad, como la misma intranquilidad, hacía hervir a jóvenes corazones, que abrían sus capullos no sólo al sol, tenían sus miradas fijas a puntos más lejanos.
Con la entrada de los alemanes como les dije nuestra casa fue tomada por los nazis, para ellos era un punto central de control, mientras nos habíamos mudado a otra casa cercan que nos fue suministrada por el mismo gobierno. En lo personal debo decir que tuve mucho que ver de los nazis, me llamaba la atención sus uniformes, siempre impecables, como si esa fuese su bandera, ellos comían opíparamente, denotaban una fortaleza que tan sóilo al final se vino a bajo. Su forma de hablar era la de seres superiores, envalentonados y aunque su trato conmigo como niño puedo decir que fue agradable, ya que recibí de ellos en repetidas oportunidades caramelos o chocolatines, cuando se vieron perdidos, la transformación en sus rostros los dejaba ver de otro modo, ya se perdió aquella prepotencia, ese supuesto poder, ese orgullo nacional, eran simples soldados haciendo algo en contra de sus deseos y cumpliendo con órdenes no muy deseadas.
El haber tenido esa experiencia le hizo a mi padre un poco de bien, pues y vale la pena aquí acotar, de que mi padre poseedor de buen olfato comercial invirtió todo lo que tenía y no, en su negocio en sus pieles y fue gracias a esto, que en corto tiempo luego de acabada la guerra, se vio con producto solicitado, y así al venderlos, pudo realizar unos grandes beneficios que nos permitieron comprar la casa más grande y hermosa del pueblo, era la más codiciada, misma que estaba en el mero centro de la ciudad, frente a la plaza, y donde desde los balcones podíamos ver y saber de casi todo, como por ejemplo el movimiento de la gente, la que iba o venía, la que entraba o salía de la iglesia etc., menciono esto pues cuando fuimos invadidos por los nazis, con el arreglo que tenían con Mussolini, los alemanes escogieron nuestra casa como punto central y mientras duró la ocupación, nos tuvimos que mudar a otra casa que ellos nos suplieron.
Al hablar de la familia, debo decirles que éramos cuatro hermanos: Giovanna, Salvatore, llamado cariñosamente Toto, Carmelo con dos años menos que él, y yo, Jose Greco con 20 años menos que mi hermana mayor y 16 menos que Carmelo, único sobreviviente de toda la familia que por razones del destino, vino a morir a este lado del Océano.
Es en este punto en que detengo por momentos mi relato y doy comienzo a una gran reflexión. Me remonto para ello a esos días y sin haberlos vivido, noto a mi padre lleno de un deseo de superación, no tanto por él como si por su hijo