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A pocos a?os del bicentenario de la Revoluci?n de Mayo de 1810. Nuestro Uuruguay debe sentir como propia esa fecha?

By admin  Posted on octubre 19, 2010 In frases romanticas Tagged , , 1810., bicentenario, como, debe, fecha, Mayo, Nuestro, pocos, propia, sentir, Uuruguay 
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A pocos a?os del bicentenario de la Revoluci?n de Mayo de 1810. Nuestro Uuruguay debe sentir como propia esa fecha?

A pocos años del bicentenario de la Revolución

La Patria nació el 25 de Mayo?

El pasado 25 DE MAYO se celebró el 197º aniversario de la conformación de la Primera Junta de Gobierno, llamada “De Mayo”, acontecimiento que iniciaría el camino hacia la Declaración de la Independencia en 1816.

Junto con la división del Virreinato del Perú, acto en el que se da vida al Virreinato del Río de la Plata en 1776, se procedió a la creación del Apostadero Naval de Montevideo.

Su misión era resguardar el dicho río y proteger a las islas Malvinas de las apetencias inglesas.

Cuatro de las mayores naves que integraban la gran expedición del General Pedro de Cevallos destinada a conquistar y desalojar a los portugueses de la Colonia del Sacramento, consolidando la presencia hispana en la Banda Oriental además de impedir nuevos intentos diplomáticos lusitanos derecuperar la tan disputada ciudadela, quedaron afectadas al servicio del organismo que, en sus primeros tiempos, desarrolló una intensa actividad y adquirió un papel más que relevante en todo ese periodo.

Los sucesivos comandantes navales de la base y sus oficiales eran “hijosdalgos notorios”, graduados en las compañías de Guardias Marinas de Cádiz, Cartagena y El Ferrol, que como tales habían tenido entre sus privilegios y obligaciones, ser custodios de las reales personas en los buques de la Armada y ocupar un sitio de honor junto a las Guardias Walonas en las formaciones terrestres. Por tanto, no aceptaban que nadie pusiese en entredicho o en peligro el derecho divino del rey sobre sus súbditos en la península o de este lado del océano.

Su actuación durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807 así lo probó de sobrada manera.

Igual actitud adoptarían tras la abdicación y confortable prisión del rey Fernando VII, enfrentándose a la Junta de Mayo que rechazaba la Junta Central o del Consejo de Regencia, custodios de la soberanía del monarca imposibilitado de ejercerla. No obstante, con la prudencia propia de su condición de militares, dejaban traslucir en sus comunicaciones a sus superiores, cierta desaprobación por el desinterés y el desconocimiento que ambos cuerpos hispanos manifestaban con respecto a las posesiones de América.

La oposición a los cambios políticos o económicos, y el horror frente al crimen de querer la independencia, quedarían demostrados a través de las acciones y reclamos del comandante del Apostadero, capitán de navío José María de Salazar, que no tenía dudas sobre “los infames planes de la Junta de la Capital, por más que sus vocales hayan querido disfrazarlos con la hipócrita máscara de nuestro augusto soberano el señor Fernando VII”.

Frente al despropósito de una revolución, que les parecía francamente separatista, los marinos actuaron según se lo mandaban las ordenanzas de la Armada, su formación y su condición de fieles sostenes de la Monarquía.

Santiago de Liniers, vituperado por los españoles, acusado de pro napoleónico por el gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, pese a sus estrechos lazos con algunos de los dirigentes criollos, no dudó, fiel a su condición de general de marina, en encabezar la contrarrevolución de Córdoba para derrocar la Junta y devolver a la Regencia el Río de la Plata.

Lo acompañó otro oficial general lleno de méritos y servicios, el brigadier Juan Gutiérrez de la Concha.

Santiago de Liniers, a punto de ser fusilado en Cabeza de Tigre junto con este y otros compañeros de infortunio, los exhortaría a que no protestaran ante el vocal del Primer Gobierno Patrio Juan José Castelli, que había llegado para apresurar la ejecución, “diciéndoles que eran felices pues todos morían con la satisfacción de haber sido fieles al rey y a la nación y que su honor bajaba ileso al sepulcro”.

En aquellos momentos, el capitán Salazar insistía desde Montevideo en que “el partido de la independencia es grandísimo”, cosa que también hacían otros contemporáneos en el bando realista, lo cual refuta, al menos parcialmente, la idea de que todo fue producto de conciliábulos reducidos y de la decisión de una elite. De la misma manera, no significa que no hubiera varios pequeños grupos de intereses, lo que llevaría a creer en una gran cantidad de simpatizantes.

El oficial estimaba un deber inexcusable conservar las provincias del Plata para la Monarquía y para España.

Con ese fin contaba con el instrumento del Apostadero Naval de Montevideo, pese a la precariedad de medios que lo afligía. Salvo excepciones como las del brigadier Pascual Ruiz Huidobro y de los criollos Matías de Irigoyen, Martín Thompson y José Matías Zapiola, los marinos formaron un sólido bloque para evitar la propagación de las ideas revolucionarias, que podían poner en peligro la continuidad del dominio español y la tranquilidad de sus familias.

Sin embargo, frente a la guerra desatada, no vacilaron en arriesgarlo todo en aras de su juramento de fidelidad al monarca. Y de hecho, mientras algunos, como los citados Liniers y Gutiérrez de la Concha, murieron en el intento, la mayoría debió volver a la Metrópoli en 1814, tras la capitulación de Montevideo, abandonando transitoriamente a sus esposas, hijos y bienes.

Cabe subrayar que desde los días del sitio de la ciudad oriental, fue un valor entendido, que luego hizo suyo la mayor parte de los historiadores, que el poderío naval español resultó un factor determinante para la conservación de esa plaza; tanto que se pensó que el error de la Junta de permitir el retorno de los marinos que se hallaban en Buenos Aires, luego de no aceptar subordinarse al nuevo gobierno, le quitó a esta la posibilidad de contar con una fuerza incontrastable, a la vez que permitió a las autoridades de la ciudad oriental el dominio absoluto de los ríos interiores.

Sin embargo no era así, pues los buques se hallaban en un estado tan calamitoso que tornaba muy difíciles sus operaciones. Nadie mejor que los propios integrantes del Apostadero conocían la debilidad de sus fuerzas y el rechazo que provocaban entre las escasas tropas veteranas y milicias de tierra -también en el vecindario-, por la actitud distante y altanera que ostentaban como punto de honor pero que chocaba con las costumbres de sociedades reducidas y sencillas como las de las provincias del Plata.

De ahí que cuando el Directorio contó con fuerzas navales suficientes, relativamente bien equipadas, dotadas de tripulaciones extranjeras avezadas en la pelea en el mar y galvanizadas por la energía y capacidad táctica de Guillermo Brown, pudo completar la acción de los efectivos sitiadores terrestres y poner término a la resistencia de Montevideo y con ello a la presencia española en el Plata.

Vale recordar que antes de las reformas borbónicas del siglo XVIII, el Imperio Español consideró a la región del Río de la Plata como periférica en cuanto a sus intereses vitales, vinculados a la extracción del oro y plata para costear las frecuentes guerras en las que dicho Imperio se vio involucrado durante los siglos XV y XVI.

La región rioplatense había sido la última en ser incorporada al dominio colonial hispánico.

No era una región rica en recursos minerales como México o Perú y además, dada su posición geográfica, representaba más bien una permanente amenaza para la integridad de la política colonial española, pues la región rioplatense constituía el ámbito favorito del contrabando británico vía la Colonia del Sacramento en complicidad con Portugal además de la piratería y trafico de esclavos de origen africano por parte de los franceses, británicos y holandeses.

Como resultado de los factores mencionados, el gobierno español consideró necesario sacrificar los intereses económicos del Río de la Plata en favor de los de regiones más prioritarias que la rioplatense como los casos de Perú, Alto Perú y México.

Con escasa frecuencia las autoridades españolas enviaban los fondos necesarios para mantener esta región. Es más: Buenos Aires debió soportar los negativos efectos de la ley de 1561 que prohibía el comercio de ultramar porteño. El sistema de flotas y galeones conformado por el Imperio español para apuntalar el monopolio comercial demostraba claramente que la Corona privilegiaba a puertos como Portobelo, Panamá y El Callao de Lima, que eran los que distribuían los productos al resto del territorio español en América, en detrimento de Buenos Aires, que no podía comerciar con la metrópoli en forma directa.

Tras un largo viaje en carretas, estos productos llegaban al Río de la Plata notoriamente encarecidos y con una frecuencia bastante irregular, ya que los pesados galeones españoles que debían llegar y/o partir de los puertos autorizados en América hispana mencionados anteriormente eran frecuentemente víctimas de las incursiones de los barcos más ligeros británicos y holandeses conducidos por piratas y corsarios. Quedaba claro que este sistema monopólico orquestado por la Corona española con la complicidad de los comerciantes limeños, tal como estaba planteado, no pretendía favorecer ni a los consumidores ni a los comerciantes porteños.

En consecuencia, Buenos Aires, postergada por la Corona, se vio obligada a adquirir los productos de ultramar no a través del sistema oficial de flotas y galeones sino a través del contrabando. Las autoridades españolas fueron muy receptivas a los intereses de los comerciantes peruanos, que invocaban la

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