Una Mujer ?nica
Eran tiempos difíciles para una mujer con talento. El piropo más común que los hombres daban a las damas cuando las cortejaban era en referencia a su belleza física. Sin embargo, pocos hombres consideraban entonces sabia a una mujer. Al menos, más sabia que a sí mismos. Los ojos de mi abuela eran el reflejo más claro del ansia de verdad y la sed de conocimiento que tenía por dentro. Era una persona con curiosidad e inquietud, siempre hacía preguntas infinitas, como los niños cuando empiezan a cuestionarse el porqué de todo. Nunca supo que ella fue más inteligente que cualquier otra persona licenciada o doctora. Cuando yo hablo con ella siento, vibro y me emociono al compás de su sabiduría vital. Creo que consiguió encontrar en su modo de vida, totalmente opuesto a lo que soñaba de niña, una verdadera vocación. Ella siempre me decía que quien ama renuncia. Y ella renunció a sus sueños por sacar adelante a su familia. Toda una recompensa de amor. A veces siento que no sólo vine a este mundo con un cordón umbilical que me une a mi madre sino también a la madre de mi madre. Creo que tenía dos motivos para quererle; le quiero por ser mi abuela y por ser la mujer que dio vida a mi madre. El amor es como una cadena que nunca termina. Un círculo cuadrado. Algo paradójico tan misterioso como la propia vida.
Recuerdo que un día le pregunté:
– Abuela, ¿eres feliz?
Y respondió sorprendida y enérgica:
– ¿Tengo cara de no serlo?
Aquella fue la prueba definitiva que calmó mi inquietud al ver a mi abuela, mi querida abuela, indignada ante tal pregunta. Yo le quería tanto que a veces sufría pensando que estaba agotando su vida en un objetivo distinto del que ella hubiese deseado. Ella era escritora. Escribía a escondidas relatos maravillosos. Historias de su infancia en Madrid relatadas con nostalgia y anhelo, cuentos para niños que casi parecen nanas para acunar a un bebé en brazos al son de cada verso y obras de amor dedicadas a la persona que siempre quiso: mi abuelo. Recuerdo que un día mi abuelo me dijo que cuando él se fue a trabajar durante unos meses a Zamora, mi abuela le envió todos los días cartas interminables. Y todavía las guarda porque como dice:” ahora que la memoria empieza a flaquear es cuando más necesito de la ayuda de esos papeles para recordar nuestro pasado y cuánto nos hemos querido”:
A fuego lento se deshace el hielo en mi corazón mojado.
A fuego lento te quiero.
Dentro; muy dentro de ti.
Sintiendo el delirio infinito que araña mi piel con sabor a deseo.
Eterno perfume que se desliza por mis labios secos.
Dentro; muy dentro de mí.
En el infinito abismo de tu boca donde me pierdo.
Borracha de tanto amor.
Sintiendo el calor te espero.
Aquí, tú en mí, ardiendo a fuego lento.
Cuando mi abuelo me susurraba estos versos yo sentía sus nervios al recitarlos de memoria porque evocaban en él momentos pasados muy felices. Un anhelado ayer situado al Este del Edén, al norte de su corazón envejecido. Su mirada enamorada me decía que puede que la vida sea dura, y de hecho lo es, pero lo es un poquito menos si tienes con quien compartirla. Ella y el; café para dos; una compañía eterna en el jardín de la esperanza. Aprendiendo a vivir y aprendiendo a morir juntos, el uno al lado del otro. Ese día comprendí que mi abuela, sin saberlo, lo alcanzó todo. Y es que, en labios de mi abuelo, descubrí un poema que pasará a la historia de la literatura. Al menos hasta dos generaciones posteriores a la suya. Toda una familia unida por la verdad de unos versos.
Y lo cierto es, que cuando yo veo a mis dos abuelos a sus ochenta y cuatro años de edad cogerse de la mano, entiendo perfectamente que mi abuela prefiriese sentirse realizada amando antes que escribiendo. Ojalá hubiese podido hacer las dos cosas pero eran tiempos distintos a los de ahora. Entonces sólo triunfaban los hombres. Ahora sé que es feliz y ha sido feliz porque le pasó algo que parece sencillo pero es complicado si el tiempo del que estamos hablando es toda una vida; ella amó y fue correspondida.
Ahora mi abuela disfruta de su vejez y de la tranquilidad. Ella camina hacia el final de su vida. Pero yo siempre he pensado que ella es eterna. Quizá porque cuando le beso en las mejillas, una y otra vez, yo siento que le transmito parte de mi juventud. Puede parecer absurdo pero siempre he creído que nadie desea morir en este mundo si se siente querido. Por eso le quiero, para darle vida. La vida que ella le dio a mi madre. La vida que ella me dio a mí de forma indirecta. Y la vida que me sigue dando cada día cuando me quiere tanto como yo le quiero a ella.
Y como contrapunto, yo empiezo mi vida a partir de hoy. Tengo diecisiete años y el próximo curso iré a la universidad. Prepararé mis maletas cargadas de recuerdos y me trasladaré a Madrid para estudiar filología en la Universidad Complutense. En un tiempo donde las humanidades sufren una crisis muy grave, yo no puedo dar la espalda a mis raíces intelectuales. Mi devoción por las letras la cultivé desde mi cuna cuando todavía era un bebé. En cada nana, en cada palabra, en cada abrazo de mi abuela yo sentía su escritura desde su corazón. Porque mi abuela quizá no haya escrito muchos libros, ni haya recibido cientos de premios. Mi abuela escribió su vida y en esa vida he encontrado yo mi mejor legado de sabiduría.
Licenciada en filosofía.
Investigadora.

una recopilacion de piropos malos y cochinos los cuales solo los depravados dirian
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