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El Corazón No Es Músculo De Carne Y Lágrimas
Posteado: 28/05/2010 |Comentarios: 0
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El Corazón No Es Músculo De Carne Y Lágrimas
por: Leopoldo de Quevedo y Monroy
Sobre el Autor
Leopoldo de Quevedo y Monroy. Escritor colombiano. Abogado, Universidad Libre de Cali y Magíster en Docencia Universitaria, Universidad del Valle. Ha publicado Confesiones de un cura casado, 1999, los poemarios Versos sacros y profanos 2005, Cotidianidad en Re-verso, 2006, Sobre los cuernos del tiempo -ensayos cortos- 2008. Varios escritos suyos han sido publicados en El Tiempo de Bogotá, El Occidente de Cali, El Liberal de Popayán, Cali Cultural y en revistas internacionales como Destiempos de la UNAM de ciudad de México, Letralia de Venezuela, Portal del Humanismo del Instituto Cervantes de Madrid y Remolinos de Lima, Perú, Proclama Norte Cauca, Santander de Quilichao, Buque de Papel, Bogotá y Correvedile, Zapatoca. Invitado a «La Hora de la Poesía», Feria del Libro en Bogotá, 2005, XI Feria del Libro Pacífico, Museo de Artes Decorativas de Ciego de Ávila, Cuba, 2005, Primera Feria del Libro, Tinta y Papel, de Palmira, 2007, Encuentro Internacional de Escritores. Chiquinquirá. 2008 y 2009 y Encuentro Universal de Escritores en Bucaramanga, 2009. Exaltado como biógrafo de Poetas y ensayista por la Fundación Cultural Casa de Poesía Aurelio Arturo, 2009. Forma parte del «Jueves de Centenario», Cali.
(Articuloz SC #2486313)
Fuente – http://www.articuloz.com/ensayos-articulos/el-corazon-no-es-musculo-de-carne-y-lagrimas-2486313.html
Parece imposible
que en días de fuego
cruzados por diálogos
de balas,
alguien salga a campo abierto
de su propio corazón
y resuelva levantar
una bandera blanca de papel
donde sangra el poema
Edgardo Escobar, Manizales.
Los cirujanos, desde Galeno, Servet y Ramón y Cajal, pusieron al aire el corazón y lo desmenuzaron. Ellos hicieron las primeras cirugías a corazón abierto para ver qué había de humano y de divino en esta víscera de la que se habla y se desdice y se mal-dice.
Ojalá el corazón tuviera boca y pudiera, en verdad, hablar sobre sus intimidades y contarnos qué hay de cierto entre sus grandes arterias y sus movimientos de contracción y diástole. Y si es el centro a donde llegan los flechazos de Cupido y de donde salen emanaciones en forma de lenguas de fuego que abrazan o aprisionan.
Los cinco sentidos en su simplicidad y usos ordinarios se quedan cortos para explicar algunos fenómenos que ocurren al ignorante mortal sin que éste pueda identificar su naturaleza y procedencia. Las sensaciones ponen al ser humano en contacto directo con las cosas materiales. La piel se adhiere como anguila entre dos enamorados, el oído percibe los sonidos del delfín, del arpa y del cañón, la lengua goza probando carnes, jugos y amarguras, el ojo permite ver la belleza de una tarde y el arco iris que se tuerce sobre el río, y la nariz se quisiera volver una esponja para captar el paso del perfume de la mujer amada. Esto es un milagro de la naturaleza y cuánto no se perderían los humanos por carecer de alguno de ellos siquiera.
Y los sentimientos, que son como convulsiones y terremotos de 8 grados que nos sacuden a veces, ¿de donde provienen? Esos accesos de amor, de arrobamiento, de entrega de todo el ser a la persona amada, esos impulsos de ira o esas cosquillas que parece nos las hiciera un rastrillo de hierro y que nos producen los celos, o ese infierno de fuego que pide más leña y nos quema las entrañas y que llamamos odio, ¿a qué causa se deben? ¿Acaso se lo endilgaron por igual o, solamente, a ese rojo redondel?
No. Pobre corazón. Ese «corazón/ es un escudo/ y detrás de su latido solitario/ es posible caminar sin armas/, proclama Escobar desde su alma de poeta. El corazón humano es un órgano inocente que permite a diario el paso de un río de emociones que parecen sangre. Si los biólogos pueden decir que es un músculo más potente que un bíceps, el asesino sabe que es como el centro de la vida y a él apunta su daga para robar lo más sagrado que le ha dado Naturaleza al ser humano.
Cuando sentimos que la larva del amor se incrusta en nuestras neuronas, o el miedo se apodera de nuestras piernas, o el odio se revuelve en el páncreas e intestinos, o la envidia se enrosca en los pulmones como una víbora, nos llevamos instintivamente la mano a nuestro pecho y notamos que el corazón late fuerte, con la lengua afuera, como un perro. Por eso atribuimos la virtud o el delito a este centinela latente.
Y, a veces, cuando la mano se posa sobre el pecho, ya es tarde. El corazón se ha roto. Pobre corazón. Porque hasta allí llegan, por fin, todos los amores y dolores fuertes, las rabias, las alegrías, las desilusiones. …y él no tuvo la culpa.
luzdepiedra.blogspot.com/2008/09/mi-corazon.html
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(Articuloz SC