mis penas puesta,
me hacen dejar el resuello,
haciendo estrecho mi cuello
al aire, que fuerzas presta.
Un escondido poblado
viene a ser, remedio y cura,
de la sed, que ahoga y apura
mi gaznate, resecado,
en este duro collado,
y en la fuente que se ofrece
a quien, con la sed padece,
rehidrato mis energías
y vuelvo a las alegrías,
viendo el llano que aparece.
Sin que la fatiga tuerza
el ánimo que me rige,
mi caminar, se dirige,
por la calle de La Fuerza,
adonde el ser humano esfuerza
su afán, por ser recordado,
cuando yace sepultado
tras medir, con su medida,
que por su corta y breve vida,
nunca ha de ser olvidado.
Cirauqui en un altozano
con sus casas blanqueadas,
es imán a las miradas
de los que cruzan el llano,
siendo chincheta que gano
y que procuro perder,
tras oler y padecer
a un grupo de endemoniados,
que andan todos, empeñados,
en mudar mi parecer.
Unas vaguadas me tragan
y en ellas, dejo el amor,
ahogado en el resquemor
de una ofensa, que otros pagan,
y en mi caminar, se estragan,
los deseos de darle horca
a quien, al mal gusto ajorca,
y tras una breve cuesta,
entra mi hambre dispuesta
a que le de muerte, en Lorca.
Repuesto de cuerpo y alma
y por el Sol acosado,
me enredo por el sembrado
que con su verdor encalma
calor que a fatiga empalma,
en un luminoso día
que me da, la melodía,
del canto de la perdiz,
de la esquiva codorniz,
y de la dulce avefría.
Te dejo atrás, Villatuerta,
sin hacerte una canción,
porque tu duro hormigón,
deja mis pies en la incierta
razón, de ganar la puerta,
de Estella, sin ser las ollas,
donde nazcan las ampollas
en mis pies, que van quemados,
salvando los asfaltados
viales, en que me enrollas.
A otros les parece bella,
y a unos cuantos, que es divina,
a mí; que es una ruina
la vieja ciudad de Estella,
que quizá, cuando doncella,
con su belleza excitara
el laúd y la citara,
pero que hoy, a mis ojos,
es del tiempo, los despojos,
que en su ruina declara.
A ella llego algo cansado
y con los pies, algo hinchados,
por los asfaltos mentados,
y con paciencia, sentado,
frente al albergue cerrado,
dejo a un lado la mochila
mientras el pie se ventila,
y entablo conversación
con el que me da ocasión,
mientras se acrece la fila.
El bálsamo de la ducha,
viene el cuerpo a refrescarme
y nuevas fuerzas a darme,
para seguir con mí lucha
de hacer, en mi mente hucha,
con lo que la vista vea,
y me enzarzo en la pelea
de recorrer la ciudad,
valorar su calidad,
y gozar lo que recrea.
5ª etapa
Otra noche, presto vuela
entre el sueño y el ronquido,
aunque, muy poco he dormido,
y porque estoy medio en vela,
mi afán en partir se encela
y en la noche, hago camino
aunque estoy algo cansino
pero, dormir sin soñar,
yo no lo puedo aguantar,
y parto hacia otro destino.
Irache, en la noche oscura,
tiene cortada la fuente
que da vino al penitente,
y en un cartel, se asegura,
que a las ocho dará cura
al sufrido peregrino
que pase con sed de vino,
son las seis, y no me espero,
y me enredo en el sendero
frustrado, y algo mohíno.
A Mojardin le domino
a pesar de la inclemencia
de sufrir la continencia
de no haber probado el vino,
y rogando a lo divino,
viene un alma buena a darme,
un café que me rearme
tras una dura subida,
dándome la bienvenida
donde pronto, he de marcharme.
Tras agradecer al cielo
que bajo techo y alero
halles a un hospitalero
que cuida de ti con celo,
bajo del monte en un vuelo
y enredado en los viñedos,
en lo que duran dos credos
llego al llano, sin dudar,
que me habrá de castigar
con el farol de los ruedos.
Bajo una sombra que asombra
en este tramo abonado
a ser por el Sol quemado,
Catalina (así se nombra),
a sus poros desescombra
bañada por el sudor,
y sin muestras de pudor,
ofrece su carne al viento
con el tostado lamento
que le ha dado la calor.
Catalina es alemana
y; mas blanca que la leche,
del Sol ha sido escabeche
y del tostón prima hermana,
me saluda con desgana
y hablo con ella un ratito
disfrutando del fresquito
que la sombra nos depara,
y mientras su piel repara,
reanudo mi andar contrito.
Antes que a Los Arcos llegue,
soy cordero en el caldero
que cuece el Sol puñetero,
y me hace que al cielo ruegue,
que sin nubes, llueva y nieve,
más sin atender a mi ruego,
bajo el Sol, al pueblo llego,
sin agua, deshidratado,
completamente empapado,
y de sal, el ojo ciego.
Lugar con muchos pasados,
en sus fachadas se asoman
los escudos que blasonan
tiempos, ya periclitados,
que en piedra, yacen bordados,
adornando su presente
donde la sangre caliente
de gente joven, da cuenta,
de la herencia, y de la renta,
en una apuesta valiente.
Cuando en el